Es invierno, y el pronto oscurecer
cálida incertidumbre ha propagado.
Las luces de los coches, sus colores
son una magia y una muestra humilde
del ruido y de la gente atareada.
Agotado, romántico de insomne
a pasear he vuelto por las calles
de cerveza, de juerga, y de amistad.
Me olvido, ¿escucho?, estoy viendo la luz
total. Enfrente, desde la otra acera;
una panadería, todavía
abierta, es un solo ventanal,
es una sola luz, y por contraste
tan fuerte...
Ahora se está volviendo pura,
ahora cuando descansan los amigos
y ronquidos, que son un sueño músico,
en la imaginación se van perdiendo.
La generosidad jovial de ellos,
para que el mundo pueda continuar
habiendo encanto, fluye por la sangre,
por entre el alcohol improductivo,
amargo y con delirios dulces, plenos
de tantas tardes parecidas que rebasan
la memoria con sombra de sus límites,
blancas en la panadería, diaria, estática.
También luna de un mundo malogrado.
*
Del poemario: "Sus ojos diminutos"
Eduardo Apodaca. Ed.Bermingham. 2004.